Las ardillas del Jardín Botánico de Madrid viven confiadas y no consideran al ser humano una amenaza, hasta el punto que nos admiten en su círculo de seguridad siempre y cuando llevemos una chuchería apetecible que las compense bajar de los árboles y tomarla de la mano, con nuestro consiguiente regocijo.
Ésta en cambio prefería las maduras ciruelas caídas.
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